13 noviembre 2025

De Vilanova al Bósforo: una semana al otro lado de Europa (24 al 30 de Octubre de 2025)

Estuvimos varios días preparando nuestro viaje a Estambul, previsto finalmente del 24 al 30 de octubre. Fuimos cambiando de fechas –siempre dentro del mismo mes– hasta que nos decidimos por ese periodo. Compramos moneda turca a través de ING: 304,63 €, que se convirtieron en 12.600 liras turcas; contratamos un seguro de viaje con IATI y activamos también el plan de viaje de ING, por si las moscas… o mejor dicho, por si las liras.

Antes, habíamos pasado por 2 o 3 agencias de Vilanova para hacernos una idea de precios y posibilidades. Aquello nos sirvió como orientación para, finalmente, organizar el viaje por nuestra cuenta. Mención aparte merece la información de la agencia de El Corte Inglés: tan caótica y desordenada que salimos de allí con más dudas que al entrar.

Reservamos primero los vuelos (709,26 €):

  • Ida BCN–IST (VY3070) de 12:50 a 17:30.

  • Vuelta IST–BCN (VY7851) de 19:20 a 21:00.

A la ida todavía no se había cambiado al horario de invierno en España, así que solo había una hora más en Turquía; a la vuelta ya eran dos.
Para el alojamiento, a través de Booking, dudamos entre dos hoteles y al final nos decidimos por el City Hall Hotel (630,06 €), en el barrio de Sultanahmet, pleno centro histórico de la ciudad.

El traslado al aeropuerto de Barcelona lo hicimos en Bus Garraf, sin complicaciones. El paso por aduanas fue correcto y, aunque el avión salió con un ligero retraso, la llegada a Estambul (IST) fue puntual. La reserva del hotel incluía un transfer hasta el alojamiento, organizado en un furgón para varios pasajeros: casi una excursión en sí misma. Entre esperas y paradas, tardamos 1 hora y 24 minutos en subir al transfer, y después algo más de una hora de trayecto hasta el hotel. Entramos en recepción pasadas las 19:35, hora local. Nos asignaron la habitación 501.

Una escalera nos llevaba al salón donde servían el desayuno, una galería acristalada con vistas al estrecho del Bósforo. Una panoramica estupenda para empezar y terminar el día.

El City Hall Hotel está en el barrio de Fatih, el centro histórico de Estambul, a poca distancia de algunos de los grandes clásicos: Palacio Topkapi, Santa Sofía, Mezquita Azul, Cisterna Basílica e Hipódromo. Además, el tranvía y otros transportes públicos se encuentran bastante cerca, lo que facilita las escapadas a otros puntos de la ciudad.

Tras instalarnos, nos recomendaron algunos restaurantes cercanos. Terminamos en el Nasip Et Kebap, un local tranquilo y agradable con buen servicio, donde tomamos algo por 430 liras (unos 9 €). De regreso, paseamos por el parque Kadırga, un parque de barrio muy frecuentado por familias, con fuentes que por la noche se iluminan y le dan cierto aire de parque temático.

En el hotel intentamos ver la televisión, pero todo el contenido era en turco y sin subtítulos. Tras comprobar que nuestro nivel de turco era aún inferior al del mando a distancia, renunciamos y nos centramos en preparar el free tour que teníamos reservado para el día siguiente.

Sábado 25: primer contacto con SultanahmetI

niciamos la jornada a poco más de las ocho, hora a la que abrían el comedor. El buffet era algo pobre para nuestras costumbres, pero digno: tortilla con queso, pan, café con leche, unos embutidos de pollo/pavo y un poco de bizcocho. Suficiente para arrancar motores.

Ya en la calle, nos dirigimos hacia la zona donde a las 14:00 teníamos el punto de encuentro del free tour por la zona histórica. Como quedaban horas por delante, nos dedicamos a pasear y a reconocer el terreno. La mañana era luminosa y agradable, y el ambiente callejero lo completaban los vendedores de castañas asadas y mazorcas de maíz, omnipresentes formaban parte del paisaje. Toda la zona de Sultanahmet funciona como una gran plaza peatonal que conecta la Mezquita Azul y Santa Sofía, antigua zona del hipódromo bizantino. Hoy acoge monumentos como el Obelisco Egipcio, la Columna Serpentina o la Fuente Alemana. Con el paso de los años, lo que fue parque arqueológico se ha transformado en la que probablemente es la plaza más especial de Estambul.

Mientras disfrutábamos de las vistas y del ambiente, decidimos aprovechar el tiempo que quedaba antes del free tour para acercarnos a las taquillas de la Mezquita de Santa Sofía y comprar entradas para última hora de la tarde, cuando se supone que hay menos aglomeraciones. La cola era enorme y, además, tuvimos algún problemilla para hacernos entender al comprarlas (65 €). Recomendación clara: comprarlas online con antelación para evitar colas y poder acceder a la galería superior, que es la única zona visitable para turistas desde que el edificio volvió a ser mezquita.

De nuevo en la plaza, seguimos disfrutando del buen tiempo hasta la hora del free tour, reservado con Civitatis. Éramos un grupo de unas 60 personas que hubo que dividir en dos. Nosotros nos quedamos con Yasin, un guía simpático que, tras unas breves indicaciones y un resumen sobre la historia de la ciudad, inició el recorrido: Hipódromo con sus obeliscos, Mezquita Azul, Santa Sofía y su museo, Cisterna y sus medusas, Palacio de Topkapi e iglesia de Santa Irene.

Tras casi tres horas de explicaciones y paseo, terminamos frente a un bar llamado La Pasión Turca, donde acordamos con Yasin vernos al día siguiente para realizar con él un crucero por el Bósforo y el Cuerno de Oro.

Con los tickets comprados por la mañana, aprovechamos ese momento de

relativa calma para acceder al interior de Santa Sofía. Las mismas entradas servían también para visitar el museo de la mezquita con audioguía, visita que dejamos para el día siguiente.

Santa Sofía, “Sabiduría”, es una institución en sí misma. A lo largo de casi 1.500 años ha sido catedral bizantina, mezquita otomana, museo y, desde 2020, de nuevo mezquita. Construida entre 532 y 537, fue durante siglos el edificio más grande del mundo. Su cúpula central, de 31 metros de diámetro, sigue siendo una obra maestra de la arquitectura bizantina.

En el interior destacan los grandes medallones circulares con los nombres de Alá, Mahoma y los primeros califas, además los cuatro minaretes exteriores añadidos en época otomana. Solo pudimos recorrer la primera planta, ya que la inferior está reservada para el culto, pero aun así dedicamos casi dos horas a la visita.

Santa Sofía fue la iglesia más grande del mundo hasta que en 1520 se terminó la catedral de Sevilla. Su influencia se nota claramente en otras mezquitas, como la del Sultán Ahmed, la famosa Mezquita Azul.

Tras la visita, regresamos caminando por la avenida paralela al tranvía, paramos a cenar algo sencillo en un kebab y pusimos rumbo al hotel. Jornada intensa y bien aprovechada.

Domingo 26: museo de Santa Sofía y crucero por el Bósforo

Después del desayuno en la terraza acristalada de la sexta planta, con vistas al Bósforo, nos dirigimos otra vez a la plaza de Sultanahmet, esta vez con la idea de visitar el Museo de Historia de Santa Sofía. A primera hora no había demasiados grupos y pudimos entrar sin agobios.

El museo ofrece un recorrido muy bien presentado por la historia del edificio, desde su origen como catedral ortodoxa en el siglo VI, su transformación en mezquita otomana, su etapa de museo y su situación actual. A través de exposiciones, audiovisuales y piezas originales, se entiende la importancia simbólica y arquitectónica del lugar.

Terminada la visita, tomamos un café y nos dirigimos a la Mezquita Azul, situada a pocos metros. Mandada construir por el sultán Ahmed I, fue durante mucho tiempo la única mezquita de Estambul con seis minaretes. Su interior está revestido con más de 20.000 azulejos de Iznik, con numerosos motivos florales y, especialmente, tulipanes. Los niveles superiores están dominados por el color azul y la luz entra por más de 200 vidrieras, ayudada por enormes lámparas de araña.

Hubo un tiempo en que el muecín subía cinco veces al día por una estrecha

escalera de caracol; ahora la megafonía hace el trabajo, y la llamada a la oración se oye por toda la parte antigua de la ciudad. El efecto, cuando varias mezquitas llaman a la vez, es sobrecogedor.

Decidimos luego ir caminando hasta el Bazar de las Especias, cerca de la Mezquita Nueva. Allí disfrutamos de los aromas, de los colores y, muy importante, de los WC (previo pago de 10 liras), servicio imprescindible en toda mezquita que se precie.

De regreso hacia el punto de encuentro del crucero, paramos en un kebab y pedimos dos pides, uno de pollo y otro de ternera (825 liras). A las 15:00 comenzaba el tour por el Bósforo y el Cuerno de Oro, con salida junto a la cafetería La Pasión Turca.

Nos reunieron los guías, y desde allí fuimos caminando a buen ritmo hasta el embarcadero de Ahırkapı İskelesi, donde nos esperaba un ferry ya bastante concurrido. El paseo a pie fue casi una mini-visita guiada extra: pasamos junto a tramos de la muralla bizantina, una de las obras defensivas más importantes de la antigua Constantinopla.

Ya a bordo, iniciamos la travesía por el Cuerno de Oro, desde donde se aprecian, con una perspectiva espectacular, Santa Sofía, el Palacio de Topkapi, la Torre Gálata y otros muchos edificios emblemáticos. Después continuamos por el Bósforo, pasando bajo sus famosos puentes y contemplando el Palacio Dolmabahçe, el Palacio de Çırağan, la Mezquita de Ortaköy y la fortaleza de Rumelihisarı.

La embarcación nos llevó finalmente a la parte asiática, donde desembarcamos en Üsküdar. Paseamos un rato por la zona y, más tarde, regresamos en otro ferry hasta Eminönü. Desde allí, tranvía y caminata hasta el hotel. Día completito.

Lunes 27: Topkapi, una abeja cabreada y un ángel llamado Cihad

Para este día teníamos previsto visitar el Palacio de Topkapi y la iglesia de Santa Irene. Desayunamos pronto y nos dirigimos caminando hasta las taquillas del palacio para comprar las entradas, que incluían audioguía y acceso al harén. La audioguía, todo hay que decirlo, decidió declararse en huelga técnica y no hubo manera de hacerla funcionar.

El Palacio de Topkapi, construido a partir de 1460 por orden de Mehmed II tras la conquista de Constantinopla, fue residencia de los sultanes otomanos durante casi cuatro siglos y centro administrativo del imperio. Con sus cuatro patios, pabellones, jardines y más de 400 habitaciones, llegó a alojar a unas 4.000 personas, incluidas unas 300 concubinas en el harén.

A lo largo de los siglos, los sucesivos sultanes fueron ampliando y reformando el complejo, incorporando elementos otomanos, persas e islámicos, hasta darle su aspecto actual. Es un conjunto arquitectónico impresionante y, al mismo tiempo, un reflejo de la mezcla cultural que caracteriza a Turquía. Nuestra visita terminó alrededor de las 12:00.

De regreso hacia la plaza, con una mañana soleada y agradable, ocurrió el episodio menos simpático del viaje. En un momento dado, Marisa se dio cuenta de que una abeja revoloteaba a su alrededor. Intentó espantarla y la abeja, que debía de estar de mal humor, aterrizó en su mano izquierda y dejó el aguijón en el dedo anular. Primero sorpresa, luego dolor intenso.

Le quitamos el aguijón y buscamos ayuda. Nos indicaron que fuéramos a una farmacia cercana. Allí explicamos la situación, pero al principio no nos entendían bien y nos ofrecieron unas cremas que no nos parecieron la mejor opción. Cuando por fin comprendieron lo ocurrido, nos recomendaron acudir a un hospital y nos dieron una nota manuscrita con lo que parecía ser el nombre de un centro privado.

Salimos a la calle a la caza de un taxi, pero, curiosamente, ese día brillaban por su ausencia. Recordé haber visto algo parecido a una parada unos metros más allá y hacia allí nos dirigimos. Había varios vehículos amarillos, los taxis oficiales, y un hombre con un coche que no era amarillo, pero que se ofreció a llevarnos. Dijo que era mejor ir a un hospital estatal, porque en el privado nos saldría muy caro. Entre el dedo de Marisa, el calor y los nervios, la oferta nos pareció razonable.

Durante el trayecto, comunicándonos con el conductor a través del móvil, nos sugirió comprar hielo para poner en el dedo. Paró en una tienda, volvió con una bolsa de hielo y envolvimos los cubitos en un trozo de tela. La inflamación mejoró ligeramente, pero los 4 km de trayecto se hicieron eternos entre callejuelas empinadas y tráfico intenso.

Por fin llegamos al Istanbul Eğitim ve Araştırma Hastanesi – Acil Servisi (Urgencias). Pagamos y agradecimos el servicio al conductor, que incluso se ofreció a acompañarnos dentro del hospital. Nosotros, todavía un poco atolondrados, le dimos las gracias y nos despedimos.

Ya en el interior, nos dirigimos a una ventanilla de recepción. Explicamos la situación, nos pidieron la documentación y abonamos 470 liras (algo más de 9 €). En ese momento lo que más necesitábamos era que alguien nos orientara, y ahí apareció él: Cihad Kurdi.

Cihad, con ayuda del traductor del móvil, escuchó nuestra historia y se ofreció espontáneamente a acompañarnos. Nos guió por pasillos llenos de gente, se asomaba a las puertas, preguntaba, le decían que allí no era, y seguíamos caminando hacia otra zona. Escena digna de una película de hospital, pero en versión turca.

Finalmente, llegamos a un box atendido por una joven doctora donde varias personas esperaban su turno. Cihad explicó el caso, la doctora revisó el dedo y pidió a Marisa que se tumbara en la camilla. Le administraron una inyección de antihistamínico, único tratamiento necesario, y nos informaron de que no harían falta más medidas. El hielo ya había hecho parte del trabajo.

Con todo resuelto y mucho más tranquilos, Cihad nos acompañó a la salida


. Allí nos preguntó cómo queríamos volver al hotel: ¿taxi o transporte público? Elegimos taxi, y él mismo habló con uno de los conductores, acordando un precio cerrado de unos 10 €. Nos despedimos de nuestro inesperado ángel de la guarda y regresamos al centro de Estambul.

Se nos había hecho tarde. Pese al estrés, el apetito empezaba a asomar, así que nos quedamos en un restaurante cercano a donde nos dejó el taxi: el Mesale Café, donde comimos algo y tomamos unos capuchinos gigantes. Todo por 2.190 liras (unos 43 €).

La tarde llegó con amagos de lluvia. Mientras estábamos en el café, el cielo se abrió con ganas. Cuando empezó a amainar, aprovechamos para acercarnos a la parte trasera de la Mezquita Azul, que aún no habíamos explorado. Estaban a punto de cerrar el acceso, pero conseguimos entrar de nuevo, esta vez también para refugiarnos de la lluvia. Zapatos fuera, velo para la mujer y otra paseada por aquel interior magnífico.

El tiempo no terminaba de mejorar. Como la distancia al hotel no era demasiada y llevábamos impermeables, decidimos arriesgarnos y regresar caminando. Llegamos pasadas las 19:30, con los bajos de los pantalones húmedos y los calcetines de Marisa algo mojados, pero muy satisfechos de cómo había acabado una jornada que podía haberse torcido bastante.

Martes 28: Gran Bazar, Taksim y la Torre Gálata (por fuera)I

Iniciamos pronto nuestro recorrido turístico. Estábamos alojados muy cerca del Gran Bazar, así que fuimos caminando y nos perdimos a gusto por algunas de sus 64 calles cubiertas.

El Gran Bazar (Kapalıçarşı) es uno de los mercados más grandes y antiguos del mundo: 45.000 m², unas 20.000 personas trabajando y más de 3.600 tiendas. Sus orígenes se remontan a Mehmed II, que en 1455 mandó construir un antiguo bazar cerca de su palacio. Con el tiempo, los talleres de artesanos fueron creciendo, se cubrieron las calles y el conjunto se amuralló. Hoy las tiendas se agrupan por gremios: joyería, orfebrería, alfombras, especias… Cada calle lleva el nombre del oficio predominante. Si Topkapi era el centro político del Imperio Otomano, el Gran Bazar era su centro económico.

Al terminar la visita, tomamos la línea T1 del tranvía dirección Kabataş, última parada, pasando bajo el estuario del Cuerno de Oro. Sin salir de la estación enlazamos con el funicular que sube en pocos minutos hasta la plaza Taksim.

Taksim es el corazón de la Estambul moderna: una gran plaza en la parte europea de la ciudad, rodeada de restaurantes, tiendas y hoteles. Es el escenario habitual de actos públicos y celebraciones. Allí se encuentra el Monumento a la República, donde asistimos a una ofrenda floral de autoridades civiles y militares, en la víspera del 102 aniversario de la proclamación de la República de Turquía.

Desde la plaza arranca la célebre Istiklal Caddesi, la avenida de la Independencia, una larga calle peatonal que se puede recorrer caminando o usando el tranvía nostálgico, que llega hasta la estación del funicular de Tünel. Paseamos por la zona, entramos en una cafetería y disfrutamos del ambiente.

Luego regresamos con el funicular y el tranvía hasta Karaköy, con la idea optimista de subir a la Torre Gálata por el itinerario más empinado. Cuando vimos la cola, asumimos con deportividad que la visita a la parte alta quedaría para la próxima vida. La bajada, en cambio, la hicimos por la ruta cómoda: una calle llena de cafeterías, kebabs y tiendas de todo tipo, que nos condujo a una avenida dedicada casi por completo a materiales de construcción y otros gremios diversos.

Después de un buen paseo, tomamos de nuevo el tranvía hasta el Bazar de las Especias, uno de los lugares más agradables de la ciudad para comprar especias, dulces y frutos secos, o simplemente para disfrutar del colorido y de cómo los tenderos decoran sus puestos.

De nuevo, por la tarde, nos sorprendió la lluvia. Regresamos a Sultanahmet en tranvía y conseguimos llegar al hotel hacia las 19:30, otra vez algo mojados, pero ya casi acostumbrados a este final de jornada acuático.

Miércoles 29: Üsküdar, Kadıköy y el mar de Mármara

Víspera del regreso, quisimos dedicar el día a la parte asiática de Estambul. Desayunamos pronto en nuestra espléndida terraza con vistas al Bósforo y tomamos el tranvía desde Çemberlitaş hasta Eminönü (cuatro paradas). Allí, junto a los muelles de los ferris, tomamos un barco que por 70 liras nos llevó en poco más de 15 minutos a Üsküdar.

Pasamos unas dos horas paseando por este extenso barrio residencial de la orilla asiática. Desde allí se ve el palacio de Beylerbeyi, el barrio arbolado de Kuzguncuk, la mezquita de Mihrimah Sultan junto a los muelles y, al fondo, la Torre de la Doncella, sobre una pequeña isla, con el casco antiguo de Estambul como telón de fondo.

Tras un latte de casi medio litro, fuimos en busca de la parada del autobús 12, que nos llevaría a Kadıköy, usando la Istanbulkart, la tarjeta de transporte recargable que sirve para metro, tranvía, autobús, ferris, funiculares y teleféricos. Nos costó un poco encontrar la parada, pero finalmente dimos con ella y emprendimos el viaje.

Kadıköy se presentó enseguida como un “centro” muy especial, marcado por las migraciones y la mezcla de credos. Conviven allí iglesias ortodoxas y cristianas con mezquitas y sinagogas. El barrio enamora por sus calles comerciales, su ambiente libre y la presencia constante del mar de Mármara.

Los vendedores llenan las calles con frutas y verduras bien maduras, quesos, aceitunas de todos los tipos, frutos secos y dulces. Cada calle parece especializada: pescaderías, comestibles, droguerías que venden jabón negro, plantas, aceites perfumados… y al fondo, los puestos de ropa. Lo recorrimos casi todo, aunque fuera solo por el placer de mirar.

Regresamos luego a los muelles para tomar otro ferry de vuelta a Eminönü. Aprovechamos para repetir una última visita al Bazar de las Especias y, después, tranvía T1 de vuelta al hotel.

Jueves 30: despedida de Estambul

Llegó el final del sueño. Nuestro vuelo de regreso salía a las 19:30. Acordamos con Fadil, el gerente del hotel, que nos organizara un traslado al aeropuerto sobre las 14:30, por si el tráfico jugaba en contra.

Desayunamos por última vez en la estupenda terraza acristalada, hicimos las maletas, las dejamos en recepción y devolvimos las llaves. Con unas horas por delante, fuimos a dar un paseo por la zona del Gran Bazar, ya casi como una despedida ritual.

De regreso al hotel, comimos algo en un kebab cercano. Puntualmente apareció el taxi para llevarnos al aeropuerto. Nos despedimos del personal de recepción; Fadil no estaba en ese momento y solo pudimos decirle “hasta pronto” por WhatsApp.

En el enorme aeropuerto de Estambul (IST), el acceso a la zona de embarque fue razonablemente sencillo. El vuelo despegó con cierto retraso, a las 19:45, pero se recuperó en el aire y aterrizó a las 21:15, tal y como estaba previsto originalmente.

Solo nos quedaba esperar una hora al Bus de Vilanova, que puso el punto final al viaje. Llegamos a casa pasadas las 23:00, cansados pero con la sensación de haber vivido una semana intensa, variada, con mezquitas, bazares, ferris, una abeja con muy mala leche… y, sobre todo, con la certeza de que Estambul merece, como mínimo, una segunda visita.

PD:İznik es una ciudad de Turquía (antigua Nicea) a orillas del lago İznik, en la provincia de Bursa. Famosa porque, entre los siglos XV–XVII, fue el gran centro de cerámica y azulejos otomanos: piezas de “ decoradas bajo vidriado con azul cobalto y, más tarde, paleta policroma con turquesa, verde, negro y el característico rojo coral en relieve.

De allí salieron los azulejos que revisten grandes mezquitas de Estambul (como la Sultanahmet/Mezquita Azul y Rüstem Paşa). La producción decayó a fines del XVII y hoy hay talleres que mantienen la tradición con técnicas inspiradas en las históricas.

LOS GATOS EN ESTAMBUL
Estambul es famosa por su gran población de gatos callejeros, y es común verlos por toda la ciudad. Se estima que hay alrededor de 125,000 a 200,000 gatos callejeros en Estambul, aunque algunos cálculos sugieren que la cifra podría ser incluso mayor, llegando a más de un millón ¹ ² ³.

La presencia de gatos en Estambul se remonta a la época otomana, cuando eran valorados por su habilidad para cazar ratones y mantener los hogares libres de plagas. Con el tiempo, los gatos se convirtieron en una parte integral de la cultura y la vida cotidiana de la ciudad ² ⁴.

Los estambulitas tienen un gran aprecio por los gatos callejeros, y es común ver a personas alimentándolos y cuid
ándolos. La ciudad incluso tiene un presupuesto anual para la alimentación y el mantenimiento de albergues para gatos. Los gatos son considerados "mascotas comunitarias" y son tratados con respeto y cariño. En general, Estambul es un destino ideal para los amantes de los gatos, ya que la ciudad ofrece una experiencia única y acogedora para estos animales