Finalmente, Natalia decidió no viajar, y fue Alma quien se animó a acompañarnos. Como ella necesitaba regresar antes, el jueves 3, fue necesario llevar dos vehículos.
Por la tarde, habíamos reservado una visita guiada al castillo de Loarre a las 17:00, que resultó muy interesante a pesar del intenso calor que nos acompañó durante esos días. El castillo de Loarre, construido en el siglo XI, es una de las fortalezas románicas mejor conservadas de Europa. Situado en un promontorio rocoso que domina la llanura de la Hoya de Huesca, fue un enclave estratégico en la frontera entre los reinos cristianos y musulmanes. Su conjunto arquitectónico, que incluye una iglesia, torreones, murallas y criptas, conserva el encanto de las construcciones medievales y ofrece unas vistas espectaculares del entorno.
Al regresar al camping, disfrutamos de un merecido descanso y de una cena casera preparada con parte de los productos que habíamos traído de casa.
Dejamos el coche en el aparcamiento habilitado por el Ayuntamiento de Riglos a la entrada del pueblo, con un coste de 3 euros. Desde allí recorrimos a pie todo el núcleo urbano, encantador y perfectamente integrado en el paisaje rocoso, y decidimos iniciar una ruta circular que rodea los mallos, con la intención de disfrutar de sus vistas desde diferentes ángulos.
Sin embargo, tras algo menos de dos kilómetros de caminata, la rodilla de Marisa comenzó a resentirse. A esto se sumaba el calor, cada vez más intenso, por lo que optamos por regresar a Riglos y hacer una pausa en una cafetería del pueblo. Tras refrescarnos un poco, reanudamos el viaje con la idea de encontrar un buen lugar para comer.
Nuestra primera parada fue el restaurante Liena, en Murillo de Gállego, pero no había disponibilidad debido a la celebración de un evento. En el trayecto, pudimos observar los preparativos para practicar puenting sobre el río Gállego, una de las actividades de aventura más populares en esta zona, conocida también por el rafting y el barranquismo.
Continuamos hacia Ayerbe, donde tuvimos la suerte de encontrar mesa en el restaurante Las Piscinas. Fue una elección muy acertada tanto por la calidad del menú como por la atención y el ambiente del local. La jornada continuaba marcada por el calor, así que regresamos a nuestro alojamiento para descansar.
El jueves decidimos madrugar un poco, ya que Alma tenía previsto regresar a casa y nosotros teníamos una cita a las 11:00 para realizar una visita guiada por el casco histórico de Huesca, organizada por la Oficina de Turismo Municipal. Tras un buen desayuno, nos despedimos de Alma y pusimos rumbo hacia el centro de la ciudad.
A la hora prevista, la visita comenzó en el exterior de la Oficina de Turismo, situada en una céntrica plaza donde se encuentra también la histórica tienda de ultramarinos La Confianza. Nuestra guía nos habló brevemente de los orígenes de la ciudad y destacó esta tienda como un lugar emblemático: fundada en 1871, conserva su mobiliario original de madera tallada y es considerada el comercio más antiguo de España aún en funcionamiento.
Continuamos hasta la Catedral de Huesca y su adyacente Museo Diocesano. La Catedral, de estilo gótico, nos sorprendió por la luz que entra a través del óculo central, creando un ambiente solemne y armónico. El retablo mayor, esculpido en alabastro, es una obra maestra del arte religioso aragonés. En el museo, la Sala “Tanto Monta” ofrece una interesante visión del arte sacro local y la relación de la diócesis con la historia de la región.
La siguiente parada fue el Ayuntamiento, donde nos explicaron la figura del Justicia Juan de la Nusa, relevante personaje de la historia oscense. Tuvimos ocasión de visitar la antigua sala de plenos, conocida como el Salón del Justicia, donde se exhibe el cuadro “La leyenda de la Campana de Huesca”, una pintura propiedad del Museo del Prado cedida temporalmente al consistorio. Esta escena, cargada de dramatismo, narra uno de los episodios más conocidos y legendarios del reino de Aragón.
Ya próxima la hora de la comida, nos dirigimos al Restaurante Café Central, donde disfrutamos de un menú del día muy correcto en un local decorado con estilo años 50, acogedor y con un servicio amable. A pesar del calor persistente, paseamos brevemente por la zona comercial mientras esperábamos que abriera una zapatería en la que Marisa tenía interés. Lamentablemente, no encontró lo que buscaba, así que regresamos al coche y aprovechamos para repostar en la gasolinera del Alcampo antes de volver a nuestro alojamiento.
El viernes 4 de julio emprendimos el camino de regreso a casa tras una estupenda escapada por tierras oscenses. A primera hora de la mañana entregamos la llave del bungalow en recepción y nos pusimos en marcha rumbo a Monzón, localidad situada a unos 95 kilómetros de nuestro alojamiento. Teníamos especial interés en visitar su emblemático Castillo Templario.
Llegamos a Monzón alrededor de las 11:00 h. Tras tomar unos cafés para reponernos del trayecto, nos dirigimos hacia la entrada del castillo, donde adquirimos las entradas para la visita. El ascenso al recinto se realiza a pie por un sendero empinado, lo que, unido al calor sofocante de la mañana, hizo que llegáramos arriba con cierto esfuerzo.
El Castillo de Monzón, de origen árabe y reformado por la Orden del Temple en el siglo XII, desempeñó un papel importante en la historia del Reino de Aragón. En él fue educado el futuro rey Jaime I el Conquistador bajo la tutela de los templarios. La visita permite recorrer distintas estancias restauradas, como la iglesia, el refectorio o los antiguos cuarteles. Especial mención merece la Torre del Homenaje, completamente rehabilitada, cuya escalera de caracol nos condujo hasta lo alto. Desde allí pudimos disfrutar de unas vistas privilegiadas del valle del Cinca y la ciudad.
A escasa distancia del castillo se encuentra la Concatedral de Santa María del Romeral, así que decidimos acercarnos a conocerla. Esta iglesia, que combina elementos románicos, góticos y renacentistas, ostenta el rango de concatedral junto a la catedral de Barbastro desde 1995. Por desgracia, nos la encontramos cerrada en ese momento, por lo que tuvimos que conformarnos con admirar su sobria fachada exterior.
De regreso al centro urbano, nos dirigimos al gastrobar El Viejo Almacén, del que teníamos buenas referencias. Aunque no disponían de menú del día, nos ofrecieron una excelente ensalada y una generosa tabla de jamón y queso que nos dejaron muy satisfechos.
Retomamos la marcha hacia las 14:30 h, realizando una breve parada en Lleida antes de continuar hasta nuestro destino final. Llegamos a casa sobre las 16:45 h, dando por concluida esta enriquecedora escapada por tierras aragonesas, con una última jornada marcada por historia, patrimonio y buena gastronomía.
La campana de Huesca (Versión humorística)
(o cómo evitar una reunión de comunidad al estilo aragonés)
Hace mucho, muchísimo tiempo, cuando los dragones aún se sacaban selfies con caballeros antes de comérselos, gobernaba en Aragón un rey peculiar: Ramiro II, apodado "el Monje" porque, aunque llevaba corona, se le daba mejor rezar que reinar… y eso no le gustaba a sus nobles, que hacían lo que les daba la gana: torneos sin casco, impuestos por capricho, y hasta ponían reguetón en los banquetes.
Los nobles, encantados con la idea de hacer historia (y de comerse unos buenos ternascos en Huesca), acudieron al castillo. Pero al llegar, sorpresa: en vez de planos y arquitectos, encontraron al verdugo, una cesta muy grande y un cartel que decía "zona de decapitaciones, gracias por su paciencia".
Uno a uno, los nobles fueron perdiendo la cabeza… literalmente. Y con sus cabezas, Ramiro montó la campana más terrorífica y surrealista de la Edad Media: una estructura circular con los cráneos como campana, y el del conde más cabezón (literal y figuradamente) como badajo central.
Desde entonces, en Aragón nadie volvió a desobedecer a un monje con imaginación… y sobró mucho bronce para hacer estatuas.






