18 enero 2025

El invierno que congelo Valladolid. Memorias de una ola de frio historica (Enero 1971)


Corría el año 1970. A finales del año anterior, ya había tomado la decisión de solicitar mi ingreso como soldado voluntario en el servicio militar obligatorio(La mili). Esta opción me ofrecía ciertas ventajas frente a la tradicional llamada a filas por mi quinta. Así que, el 20 de marzo de ese mismo año, inicié mi periodo de instrucción en el Centro de Instrucción de Reclutas (CIR), situado en "El Pinar de Antequera", una población situada a unos 10 kilómetros de Valladolid. Este lugar, rodeado de densos pinares, era uno de los centros más destacados de España para la instrucción militar obligatoria.


Durante tres meses, compartí este enclave con al menos otros dos mil reclutas. Vivíamos en barracones austeros, soportábamos comida mal preparada y nos sometían a una estricta rutina de instrucción militar, ejercicios extenuantes y un implacable adoctrinamiento bajo el régimen franquista. Las bajas temperaturas de Valladolid, con frecuencia por debajo de cero, representaban un desafío añadido, especialmente para los jóvenes provenientes de las Islas Canarias, que, habituados a climas templados, a menudo sufrían desfallecimientos por hipotermia.

Finalizada esta etapa, mi destino cambió: fui asignado a la Base Aérea de Torrejón, cercana a Madrid, que el ejército español compartía con los militares estadounidenses. En plena Guerra Fría, esta base era un enclave estratégico en el marco de los acuerdos bilaterales entre ambos países, una pieza clave para las operaciones aéreas de la OTAN en Europa y el Mediterráneo. Permanecí allí hasta principios del otoño, cuando fui trasladado, mediante un intercambio, a la Base Aérea de Villanubla, a unos 15 kilómetros de Valladolid. En este último destino completé mi contrato de 16 meses. Allí, entre la monotonía y la desmotivación, transcurrió el periodo más tedioso y carente de satisfacción de mi vida.

Pasé parte de las Navidades de ese año con mi familia, pero el 2 de enero de 1971 regresé a mis tareas en la base. Habitualmente acudia en bus, pero aquella madrugada del 4 de enero había quedado con un compañero en la plaza de San Pablo, a escasa distancia de mi casa. Mi amigo tenia un flamante Renault 8TS de color azul Francia. Apenas amanecía cuando yo salía a la calle y me topé con un paisaje inesperado: el suelo, cubierto por una capa de hielo brillante, parecía de cristal. Avanzar sin apoyarse en algo resultaba imposible.

Con esfuerzo y constantes resbalones, me dirigí al lugar de la cita. A mi alrededor, otras personas intentaban avanzar hacia sus trabajos con dificultad, cayendo al suelo una y otra vez. Casi exhausto, llegué a la plaza. Al rato, entre el resplandor blanco del hielo, apareció mi amigo con su Renault, zigzagueando de un lado a otro de la calzada. Decidimos que dadas las circunstancias, lo más prudente era dejar el coche estacionado y seguir caminando hasta la parada del autobús.

Mientras avanzabamos con mucho cuidado, nos preguntámos qué había sucedido aquella noche para que la ciudad estuviera en semejante estado.


Todo comenzó el 22 de diciembre de 1970, con la entrada de una ola de aire polar que cubrió Europa. En Valladolid, las temperaturas se desplomaron, registrándose mínimos históricos. El 1 de enero de 1971 se alcanzaron -13ºC, el día 2 se descendió a -14ºC y el 3 de enero se batió el récord con -18,8ºC. La noche del 3 al 4 de enero, una densa niebla dejó una cencellada que, al congelarse, convirtió las calles en auténticas pistas de hielo.(La cencellada es un "fenómeno físico natural", consistente en la formación de hielo sobre una superficie sólida por el congelamiento de las gotas de agua subfundidas de un banco de niebla).

Esa mañana, Valladolid despertó inmovilizada. Las calles eran espejos; el río Pisuerga era un manto helado y las fuentes esculturas de agua congelada. Más de cien personas resultaron heridas por caídas, los autobuses no circularon durante horas, y el caos se adueñó de la ciudad. El ejército tuvo que intervenir para esparcir sal, abrir las vías principales y garantizar el reparto de suministros.

La vida se detuvo: negocios cerrados, servicios paralizados y numerosas tuberías reventadas por el hielo. Los colegios, afectados por la ruptura de las tuberías de las calefacciones, retrasaron el regreso de las vacaciones, para enfado mal disimulado de los estudiantes.

Finalmente, el 5 de enero, la ciudad empezó a recuperar cierta normalidad, y el 7 de enero se dio por concluida la ola de frío más larga del siglo XX en España.

Aquel 4 de enero de 1971, mi amigo de armas y yo logramos, con gran esfuerzo, llegar a la parada del bús. Allí aguardamos durante horas, pero el milagro de un transporte a la base aérea no llegó. Derrotados por el frío, regresamos a casa, confiados en que al día siguiente podríamos cumplir con nuestras obligaciones "patrioticas" sin contratiempos.