06 marzo 2018

TERUEL, Ciudad del Amor

Teruel vive aferrada a una historia de amor, un amor en tiempos difíciles, que ha llevado su nombre por todo el mundo. Ya se sabe que Teruel existe, ¿alguien lo duda?, pero más allá de su valioso y reconocido conjunto mudéjar, elevado a la categoría de Patrimonio de la Humanidad, porque fue en esta ciudad donde se escribió una de las más bellas páginas de amor. Un drama romántico que, impregnado de leyenda, siglos y siglos después sigue añadiendo capítulos.

Corrían los primeros compases del siglo XIII y en Teruel vivían dos familias nobles e influyentes: los Segura y los Marcilla. Hija de la primer familia era Isabel, y descendiente de la segunda, Diego. Y la temprana amistad de Isabel de Segura y de Diego de Marcilla se convirtió pronto en amor, pero, fuese por las frecuentes desavenencias entre estas dos familias o por la diferencia de caudales, parece ser que la familia Segura no aceptó a Juan, lo que le obligó a buscar fortuna en tierras lejanas, llevándose el compromiso de casarse con Isabel si regresaba cargado de dinero antes de que pasaran cinco años.
Tras tomar parte en múltiples batallas, el mismo día en que se cumple el plazo, Juan regresa lleno de gloria y riquezas. Pero el destino le tenía preparado un duro golpe, pues en esos momentos aprecia que la ciudad celebra con júbilo los desposorios de Isabel de Segura con Pedro Fernández de Azagra, a la postre hermano del poderoso señor de Albarracín y hombre de posibles.
Diego, que no acababa de creer lo que estaba pasando, y en un intento de recuperar lo perdido, le pide un beso a su enamorada, pero ello, casta y obediente a la voluntad de sus padres, se lo niega. Al entender el joven Marcilla que su corazón nunca más podría latir para Isabel, prefirió detenerse para siempre y allí mismo cayó desplomado.
La leyenda relata que, al día siguiente, las campanas de boda se trocaron por el toque de difuntos. A la infortunada Isabel, en el delirio del amor perdido y condenada a vivir con quien no amaba, los pasos le llevaron hacia el funeral de su amado. Y fue allí, al contemplarle, cuando, tras rozar aquellos labios a los que había negado horas antes un beso, expiró abrazada a su cuerpo.
"Murieron como vivieron / y como cuando vivían / uno por otro morían / uno por otro murieron", escribía Juan de Tarsis allá por el siglo XVI. Como eterna memoria de aquel amor, que algunos han intentado comparar con uno de los cuentos del "Decamerón" de Boccaccio, los amantes fueron enterrados juntos en la misma iglesia donde acaeciera tan dramático suceso. Y allí, en la iglesia de San Pedro de Teruel, contemplamos, con las manos sin rozarse y con una profunda serenidad, las estatuas yacentes de alabastro de Isabel y Diego, LOS AMANTES DE TERUEL, esculpidas por Juan de Ávalos y desde entonces inspiración de poetas, músicos y pintores a lo largo de la historia, como Tirso de Molina, Tomás Bretón o Muñoz Degraín.
La historia, transmitida de padres a hijos por generaciones, se hubiera quedado en leyenda de no ser porque en 1555, durante unas obras en la iglesia de San Pedro, fueron hallados los restos de Isabel de Segura y Diego de Marcilla y se confirmó que eran suyos, cuando aquellos hechos de la villa databan de 1217.
Y es así como TERUEL sigue proclamando la gran historia de amor de "sus" amantes y cada mes de febrero el pueblo celebra, en un escenario que aún se antoja medieval, las "Bodas de Isabel de Segura". Y con ello, y con historia (y leyendas) así, el amor pervive y se engrandece.