Fue un jueves muy completo desde primera hora. A media mañana cogimos el bus hacia Barcelona, el viaje se nos hizo corto, comentando el plan del día. Como siempre, quedamos con nuestros amigos de Malgrat, Antonio y Carol, en nuestro punto habitual de encuentro: plaza de Catalunya, esquina paseo de Gràcia. Desde allí bajamos paseando hasta la Rambla y fuimos a comer a un restaurante de la plaza Reial, donde, entre plato y plato, charlamos con calma y disfrutamos de una sobremesa agradable.
Después de comer nos adentramos en el Barrio Gótico, con sus calles estrechas, sus plazas llenas de vida y ese ambiente tan especial del centro antiguo. Paseamos sin prisa, mirando escaparates, comentando recuerdos y anécdotas, hasta que se aproximó la hora de la despedida: Antonio y Carol tuvieron que regresar a casa, y nosotros nos quedamos ya orientados hacia la siguiente cita del día.
Llegar al Coliseum ya es, en sí mismo, un pequeño espectáculo. La fachada iluminada, el bullicio de la Gran Via y ese goteo constante de gente entrando crean un ambiente de “noche grande”, aunque sea entre semana. El vestíbulo estaba animado pero no agobiante: parejas, grupos de amigos, gente ya peinando canas y también público más joven, todos con el mismo gesto de expectativa cómplice.
Nosotros buscamos con calma nuestras butacas (Fila 10: butacas 14 y 16), agradeciendo que el teatro esté bien señalizado y que el personal sea amable. Desde nuestros asientos se veía perfectamente el escenario y el patio de butacas totalmente lleno, lo que ya anticipaba una buena comunión entre actores y público.
Pocos minutos antes del inicio, las luces comenzaron a bajar, el murmullo se convirtió en silencio expectante… y empezó la fiesta.
El Tenoriu. La obra es una versión muy divertida y actualizada del clásico
Don Juan Tenorio, con una mezcla muy natural de catalán y castellano y un humor inteligente, a veces gamberro, que arranca risas constantes. Andreu Buenafuente y Sílvia Abril forman una pareja escénica muy sólida: él hace un Don Juan irónico y algo canalla, y ella interpreta una Doña Inés moderna, con carácter y mirada crítica sobre el papel que le ha tocado. El ritmo es ágil, hay muchos guiños a la actualidad y a la vez se respeta el tono de comedia del original.
Don Juan Tenorio, con una mezcla muy natural de catalán y castellano y un humor inteligente, a veces gamberro, que arranca risas constantes. Andreu Buenafuente y Sílvia Abril forman una pareja escénica muy sólida: él hace un Don Juan irónico y algo canalla, y ella interpreta una Doña Inés moderna, con carácter y mirada crítica sobre el papel que le ha tocado. El ritmo es ágil, hay muchos guiños a la actualidad y a la vez se respeta el tono de comedia del original.
Una de las características más llamativas del espectáculo es que se mueve con naturalidad entre el catalán y el castellano. Los personajes cambian de idioma con fluidez, a veces en medio de la misma escena, sin forzar y aprovechando el bilingüismo como fuente de complicidad y de chiste.
Esto hace que la obra respire Barcelona por los cuatro costados: no es solo una versión de Zorrilla, es casi un retrato del público que la está viendo. En nuestra sesión, se notaba claramente que la gente entendía las dos lenguas y reaccionaba igual de bien a los juegos de palabras en una que en otra.
Además, el espectáculo no se corta a la hora de lanzar guiños a la actualidad política y social, siempre desde el humor y la sátira. Hay referencias a temas muy presentes hoy, que se mezclan sin pudor con los versos de Zorrilla, creando un contraste que, lejos de chocar, funciona como detonante cómico.
Durante la función nos sorprendimos riendo a carcajadas más de una vez, pero también asentíamos en silencio ante algunas “puñaladitas” irónicas dirigidas al machismo, a las tradiciones fosilizadas o a ciertas solemnidades culturales. Ese equilibrio entre risa fácil y fondo crítico hace que uno salga con la sensación de haberse divertido… y de haber pensado un poco.
Al acabar, el aplauso fue largo y sonoro. Muchos espectadores se levantaron para ovacionar al reparto. Se notaba que el público había disfrutado
Marisa y yo disfrutamos muchísimo de la función. Salimos del teatro con la sensación de haber vivido un día redondo: viaje tranquilo, reencuentro con los amigos, paseo por el Gótico, buena comida y, como broche final, una obra que nos hizo reír y pensar a partes iguales.



