06 noviembre 2024

Memoria Escrita (Capitulo 5). 150 años de vino y zapatillas

Se cumplen ahora cuatro años de la desaparición de todo un símbolo en la ciudad donde decidí nacer:
Valladolid perdió en septiembre de 2020 uno de sus bares históricos, el famoso "Penicilino", que cerró sus puertas tras 150 años de actividad. 
Fundado en 1872 por un fabricante de licores originario de Viana de Cega (Poblacion Residencial, 15Km de la ciudad, entre los rios Cega y Adaja  afluentes del Duero), este simbólico bar se estableció en los bajos de un edificio en la plaza de La Libertad, cerca de la Catedral, con el propósito de despachar su propio licor. Pronto se hizo conocido por su bebida homónima, la "penicilina", un licor que se servía acompañado de un mantecado de Portillo, popularmente llamado "zapatilla"

El nombre real del establecimiento, el último de tres nombres que tuvo a lo largo de su historia, era "Taberna de Avelina", aunque desde hace más de cincuenta años los vallisoletanos lo llamaban "El Penicilino", este nombre popular se mantuvo hasta sus últimos días. La designación surgió a finales de los años 40, cuando un grupo de estudiantes de medicina, inspirados en el auge de la penicilina como fármaco, apodaron así a la mezcla de vino y licor del bar. En la entrada, un cartel anunciaba: "Vinos, alcoholes y licores, Juan Martín Calvo".

En esa epoca, el Penicilino pasó definitivamente a formar parte de la historia de Valladolid, aunque en realidad ya lo era. El Penicilino fue un auténtico punto de encuentro de la sociedad vallisoletana, siempre lleno de vida y personas. Raro era el día que permanecía vacío o semivacío, sin importar la hora, ya que se consolidó como el corazón del ocio en la ciudad del Pisuerga.

Tal era el aprecio que los ciudadanos tenían por este icónico bar que incluso se llegó a promover una petición popular al Ayuntamiento con recogida de firmas, para solicitar su declaración como Bien de Interés Cultural y protegerlo por ley. El dueño del edificio, incluyó el nombre "Penicilino" en el registro de patentes con  el fin de blindar el establecimiento, y que no se derribara. 

Aunque el bar tuvo casi siglo y medio de historia, su salto a la fama llegó en los años cuarenta, cuando comenzó a despacharse su famoso vino dulce de 18 grados, al que un estudiante de medicina bautizó como "penicilino" en alusión a la penicilina, que por entonces había revolucionado el mundo de la medicina. Esta bebida única se sirvió hasta el último día del bar que, solía acompañarse con las tradicionales "zapatillas", unos mantecados de Portillo conocidos así por su color blanco, que recordaba a las alpargatas de los obreros de la época. Unos grifos en la pared permitian fluir el famoso 'peni', un vino dulce que se servía en un pequeño vaso de cristal.

Esta bebida era una especie de vermut especial, único en Valladolid. Este “vermut penicilina” tenía un sabor particular, ligeramente amargo y con notas herbales que lo diferenciaban del vermut tradicional. Su fórmula exacta también era un secreto bien guardado del bar, lo que hacía que muchos regresaran específicamente para probar esta “cura” especial que, como el nombre sugiere, parecía revitalizar a cualquiera que la bebiera. Tenía un efecto reconstituyente como si fuera una cura para la resaca y se convirtió en una bebida clásica para el aperitivo o para cerrar la noche, y ganó popularidad hasta convertirse en una especie de ícono local en la cultura de los bares en la ciudad. Este tipo de bebida no era común en otros locales, lo que añadía un toque especial y memorable al "Bar Penicilino."

El interior del Penicilino, en forma de U, estaba dominado por una gran barra de madera, junto con estanterías y suelos del mismo material. La terraza ocupaba una parte de la plaza de La Libertad, convirtiéndose en un oasis de convivencia donde, pese al frío invierno vallisoletano, los clientes se arremolinaban para compartir tertulias y risas. Era un lugar donde todo el mundo se sentía bienvenido, independientemente de su edad, condición social o afiliación política, y era común que los clientes de diferentes generaciones compartieran anécdotas y bromas en un ambiente libre y festivo.

A finales de los años 60, este bar se había convertido en un lugar de reunión tradicional y único en Valladolid. Para muchos como yo, era una parada obligada los domingos por la mañana. Solía visitarlo con mis amigos después de pasar por la plaza de Cantarranillas tras intercambiar mis sellos en el mercado del coleccionismo, el ambiente acogedor de El Penicilino y su ya famosa "penicilina" eran el broche perfecto para cerrar la mañana. Este establecimiento se caracterizaba por ofrecer precios asequibles, lo que lo hacía accesible para una amplia clientela. Dado que la bebida era un vino dulce similar al moscatel y la "zapatilla" un mantecado típico de Portillo, es probable que el coste de ambos juntos fuera modesto, acorde con la economía de la época y la filosofía del bar de brindar productos tradicionales a precios populares. En 2005, el vino y una zapatilla, todo por un Euro.

Aunque el cierre definitivo estaba previsto para febrero de ese año 2020, y por ello se celebró una fiesta de despedida el día 23 de ese mes, la tramitación de las licencias fue retrasándose hasta llegar a septiembre, cuando finalmente El Penicilino cerró sus puertas y pasó a ser un recuerdo en la historia de Valladolid. Se despidió de la ciudad, dejando un vacío en su vida social. Era un sitio que los vallisoletanos asociaban con una especie de "cura" para las noches largas, gracias a su ambiente animado y su bebida revitalizante. Generaciones de clientes recordarán con nostalgia ese momento tan vallisoletano de pedir un "peni" y compartir una zapatilla, en un rincón de la ciudad que durante siglo y medio fue mucho más que un bar: fue historia, identidad y un hogar para todos.

Finalmente el edificio fue demolido en 2021

Anécdota : Aquellas mañanas de domingo en El Penicilino eran memorables, especialmente en una en la que acompañado de algunos amigos y Marisa, que por entonces era mi novia, Después de haber recorrido otros locales de tapas, donde abundaron las cervezas y el vino, decidimos cerrar el recorrido con una "penicilina" y una "zapatilla". Marisa, que no estaba acostumbrada a beber, terminó algo más animada de lo habitual. Al sentarse en la parte trasera de mi Seat 600 beige (matrícula SA-26575), perdió el equilibrio y se sento en el suelo del coche, entre carcajadas. Durante el trayecto de regreso a casa de sus padres, se mostró más parlanchina de lo habitual, y la llegada fue todo un espectáculo: apenas abrir la puerta, corrió a los brazos de su madre exclamando "¡Ay, madre!" y su madre ¡Hija!, para luego dirigirse a la cama, donde la habitación la pareció girar a mayor velocidad de lo acostumbrado.